"La misericordia enriquece a todo quien la práctica, la recibe, la anhela, la presencia… y he recibido tanta misericordia como la pude haber dado.!"
En esta cuaresma que nos invita a vivir concretamente la misericordia, Caterina nos comparte una experiencia significativa: la misión que realizó con la Hna Violeta y otros
jóvenes en vísperas de Navidad en la que pudo gustar la misericordia de Dios recibida y compartida con otros…
Es maravillo cómo
las cosas más significativas en la vida, suceden al dejarse guiar por la
voz de Cristo latente en necesidades, dolores y aflicciones de cada hermano y
hermana.
Salimos rumbo a Manta con la Hna. Violeta y un grupo de
universitarios de la PUCE- Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Al
principio el sol caldeaba el desánimo, tal vez propio del envolverse en lo
incierto y lo no conocido. Disponibles a tomar el rol de misioneros nos
dirigimos a las periferias de Manta, se presentaban paisajes impactantes por su
sequedad, tierra caliente y reseca que escribe su historia bajo el vuelo de
aves carroñeras.
Cada uno de
nosotros nos alojamos con las familias de ahí, invitados a tejer relaciones fraternas con ellas. Llevamos a cabo
diversas actividades.
En las mañanas realizábamos mingas en deterioradas
viviendas habitadas por ancianos con entretenedoras
experiencias que contar; sin embargo, ahora asilados junto al montón de basura,
donde algún familiar suyo olvido sus recuerdos junto con él. Estas tareas nos
dieron valiosas oportunidades para caer en cuenta de la importancia de darnos
generosamente al otro, a la otra; llevar la misericordia como compromiso de
amor.
Cada tarde bajo
un inclemente sol, recorríamos las calles organizando
actividades para los niños o visitando familias. El camino nos iba
mostrando carencias, vicios, abusos con
la naturaleza, un gran descuido con el cuidado de los animales… Una voz resonaba en mi corazón y en el de cada joven diciendo que aquí hay mucho que hacer, que yo puedo estar llamada(o) para dar el
primer paso en esta marcha.
La
misericordia es un acto multidireccional, que enriquece a todo quien la
práctica, la recibe, la anhela, la presencia…
y he recibido tanta misericordia como la pude haber dado. Realmente
recuerdo esas noches que marcaron mi mente y corazón; durante ocho días compartí
las novenas de Navidad en un barrio llamado 15 de Setiembre, cada día en un
hogar diferente. Al ritmo de los chigualitos, versos al niño Jesús; niños,
jóvenes y adultos reafirmaban el ideal ser pueblo unido en Cristo.
Cada familia fue
un libro abierto dado generosamente a mis manos. En la sencillez, y la apertura de un corazón sincero, hemos compartido nuestra dignidad de ser
hijos de Dios. Nuestro protagonista fue aquel niño casi desnudo nacido en la
humildad de un pesebre; así mismo, cada noche, motivados por esa cultura alegre
y acogedora, juntos en oración nos comprometíamos a construir ese mismo pesebre
en nuestros corazones, corazones que pueden dar la calidez a este Niño de Amor.
Juntos pudimos sentir, en la medida de lo posible una verdad, que Dios está dentro, no tardar
buscándolo afuera. ¡Vamos a su encuentro!
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